Yo no sé cuál fue la estrategia del vampiro.
Como un fantasma negro rasgó mis mejillas
con sus garras sin color.
Después la voracidad de los monstruos
de invisible arquitectura
me poseyó igual que dromedarios ansiosos
en un oasis perdido.
Cuando un cuerpo se yergue
todos los átomos del porvenir estallan en círculos de luz,
es el crecimiento de los músculos,
la sincronía del corazón,
el numen que encuentra un sentido en los arrabales,
también en las cosas sencillas que maduran sin querer.
Y llega la rebeldía de una juventud proscrita,
allí los paraísos son blancos: el amor, la inteligencia,
la similitud gregaria de los encuentros infinitos,
el alma breve de quien transcurre
como un planeta olvidado.
No han podido los sueños escribir mensajes sin máscara,
tú lo sabias
porque en las rodillas del futuro siempre estabas en flor,
tan alejada de las horas,
del hoy,
del ayer y su melancolía.
Y al fin las voces gimen en un cauce común,
no recuerdan otros episodios,
su latido unísono es inmortal, crea vidas,
construye un mañana donde mirarse en la edad,
una indolencia que compartimos desde la casa que nos habita,
hasta el fin,
hasta ya no ser nosotros
ni nadie.
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