Las estrellas son fugaces
como un episodio de amor.
El vientre generoso hay que buscarlo
en la aurora de la piel,
en los besos sin mensaje,
en tu yo que amaneció en las orillas del sinsabor.
Un círculo como una promesa,
cualquier día que presientes va a ser el mismo o no,
las raices de un hemisferio que te llama hacia la vida
o el sol que llora su nieve.
La verdad de un hijo es la sombra del presente,
quiero sentir su calor en mi hombro agridulce,
quiero su latido en el orgullo de la metáfora
para que mi luz sea el aliento que ensimisma
su labio núbil.
Ya ves que un ayer no me preocupa
cuando el principio del canto se acuesta en mi hoy
como un almanaque de futuro.
Ahora soy el devenir de tu sueño,
la caricia sin edad
que se acostumbra a ser paso entre elefantes
o signo en los bosques de la convivencia múltiple.
Sí, porque me puede la lluvia de un tesoro
que llamamos inmortalidad
y no me sobrevivo en la ausencia
ni quiero sentir el ovillo frágil de la melancolía
cuando ya no distingo si tu camino es el nuestro
o en tu soledad los lobos palpitan como pájaros negros
de la virtud herida.
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