domingo, 5 de abril de 2015

La ciudad o yo



Mi voz que sube hasta el reloj ciego.

La memoria estuvo aquí
con otro pensamiento en tardes violetas
cuando la música era un trofeo de algarabías
y los pasos un círculo de aventuras
en cualquier estación sin patria.

Volver a los ojos oscuros de una calle rota,
oír la huída frenética de los gatos
mientras la techumbre extiende su armonía de abejas cansadas
como sombra inútil o lengua que sostiene el temblor
de las pieles que desafían un sol.

La ciudad existe en mí antes de ser luz
o atmósfera blanca.

Su vida fluye por territorios de carne
entre risas fútiles y perezosos árboles sin edad.

Veo al fin la estatua, su gesto de ángel clemente
resucita mi ternura, a contraluz sus alas
recogen el asombro de la desesperación
en un rizo amargo.

Sé que al fin hay una cadencia simple en el dolor,
sé que en la dicha los sueños
se ramifican como colores en el agua,
sé que hay una transición
que nunca llega a los labios
ni es palabra
ni es amor
ni es muerte.

Mis pisadas crujen y siento el frío cómo siembra mis manos.

Creo que estoy vivo.


















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