A veces las ciudades no quieren ser nuestras.
Su imagen no admite la huella múltiple
solo el ronquido exacto de las estatuas.
Y si retornas a esa canción hospitalaria que aún te dibuja,
si mancillas el sonoro ritmo de tus alas en la piel de su nombre,
comprenderás, quizá, su alergia a ser un claroscuro sin latitud,
una flor sempiterna,
un mar alegre,
el cenit que huye como un espejo invisible.
No vuelvas a la quimica de la memoria,
cada ciudad elige las preguntas que no dirá,
lo sabrás cuando recorras su laberinto de arañas
inmortales, te atrapará su nocturnidad, las mentiras
que un dia dijiste en el mismo lugar
que hoy las niegas, su paso suburbial de murciélago
sin regreso.
No adivines, en fin, el músculo que la nostalgia esparce,
sé un ahora, un minuto que se piensa sol,
nubes intactas de este soliloquio fugaz
que se parece tanto a la vida.
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