El que os habla no es el mismo
que conocisteis.
Quizá, en el presente,
cuando yo soy vosotros,
cuando la edad me aproxima
al calor de vuestros sentimientos
comprenda al fin la distancia que nos une.
No os culpo, porque en el territorio
en el que plantasteis mi vida
no haya crecido un árbol más fuerte,
no os culpo del error que pesa
en la conciencia y golpea como
un martillo alucinado.
En el fondo son cosas fútiles
las que sin sospecha horadan el porvenir,
juegos de azar, palabras como cuchillas
que aparentan ser la suavidad perenne
de la consolación.
Y no lo son, porque su naturaleza
es la del tigre ágil
que un día abrirá sus fauces de espanto,
en medio de las sombras que empiezan a poblarte,
igual que un arco iris
que de pronto quemara
las vías ilusas de la felicidad
y abriera surcos de quemazón en las horas blancas
de la inocencia.
Pero ¿quién adivina la estrategia del dolor
cuando se viste de canto leve y es solamente
el preludio de una oscura ficción,
un teatro sin luces
cuyos actores gritan
un nombre siempre repetido?
Hoy os comprendo. Mi piel ha viajado
por la melancolía de los meses, mis ojos
han roto el velo infantil de la falsedad,
lo real exhibe garras de premura;
ahora soy el que ignora la luz,
el que habita en sus vértices de desencanto
y escupe esta verdad sin patria,
esta verdad que habla del perdón de los ausentes
o de como se puede ser niño
y se puede ser hombre a la vez,
en medio de la claridad
o de la negra perfección de la herida.
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