Desde aquí llueven sombras. El día guarda
serpentinas azules, trae voces de escarnio,
pisadas de un ayer simétrico, rompeolas
sin candidez en los muslos abiertos. La luz
se enseñorea del color. Yo miro los columpios
y su herrumbre, el juego infantil de las criaturas,
los magnolios enhiestos como indices
traidores.¿Qué edad habita ya en mi, pone
sus garras de vejez en la oscuridad pasajera,
lame los relojes fugitivos, incuba la sed
del desorden y me calma con el fulgor
de un verano alegre? Solo fue un gesto
de paloma el que transportó en el aire
la interrogación de un impulso. Nadie
sabe por qué una piel enciende otra piel,
ni la razón ilógica de los sueños compartidos
ni tampoco la exactitud de esa materia
azarosa que es idea, señal, apocalipsis
o compañía. Hablo, sí, del amor invencible,
del rastro que pulula en los rincones
de la palabra como mudez incompleta,
soliloquio que justifica el capricho
de existir en la noche de los círculos.
¿Qué sería de mi sin este amor
que me regala la vida?
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