Allí, en el equilibrio, la fe desconoce
el miedo. Caer del lado de la vida
como cae la hoja sin memoria o la
pavesa que culebrea en el aire oscuro,
inconsciente de la duda. Por fin
la infancia se despliega con todo
su metal de esperanzas, el vigor
de los juegos, el alegre frenesí
que es como música que esparce
un don o manto que nutre el caudal
de la sangre hospitalaria. Se siente
la fuerza de un corazón prohibido,
nadie espera otra verdad que el iluso
tránsito de los días porque hay un devenir
de horizontes blancos, una quietud
desmembrada que ignora su rostro,
un círculo sin límites que atosiga
la piel pero le da llama, resplandor,
lujuria. Mi voz no puede concebir
lo inaudito, su verbo es ágil cuando
mira las huellas frías y no ve la luz.
Atrás quedó lo invisible, la locura
del azar, los desahucios que trinan
en la noche de los muertos. Solo soy
un pensamiento que late.
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