Algo te llevas que no es tangible,
la sensación de una pisada,
el tránsito insustancial de un día cualquiera,
los edificios y las estatuas
que siempre estarán allí.
Algo dejas en el alma de la ciudad,
quizá el color que vive en ti
o los hilos de la memoria tendidos en su luz.
Si se ha regresado, si se vive el retorno,
entonces la ciudad es la misma,
detenida en el tiempo como un árbol de piedra.
Si en un vaso de melancolía derramas
la pesadumbre de saberte ido,
no encontrarás ese incendio infantil
donde la belleza y la historia se cruzan
en la fugacidad de un instante.
Vivir es reconocerse en lo perpetuo
igual que si fueras
una sombra herida.
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