Atrás queda la despedida de los trenes,
el insomnio del mar en el azul. La ciudad
se adivina blanca como un niño perdido,
su rumor es el de los enjambres sin paz,
su lengua un reflejo de piel en un cristal
oscuro. Mi razón descubre el porvenir
de los otros, como si la imaginación fuera
un código heredado de insalvable delirio,
una tos que arma las palabras con el artificio
de las verdades múltiples.¿Qué espero de esta
claridad sucia si ya no hay soliloquios en mi
noche? Tal vez el grito o este clamor de locura
que me empapa como un barniz sin vida,
como un torrente seco que ignora su luz.
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