Filigranas en el aire ejecutan las palabras.
Existe el orden anónimo que impone la costumbre,
existe el diálogo inverosímil que no asoma en las lenguas
como un deseo de libertad.
Cada comensal recibe el presente codificado del rito.
Brillan en sus manos los robustos cubiertos, las copas
perfiladas por la bendición de la alegría, teñidas
de vino rojo, de transparente agua.
Se habla de la imposibilidad del silencio o de los recuerdos
magnificados por la infantil experiencia del pensamiento único.
En los gestos se transmite un querer, a veces la desidia circular
de un reloj impasible, otras el regocijo de la multitud
y ese oasis de murmullos que va poblando
los zócalos de banalidad.
Se guardan las formas porque la educación bendice los estatutos
de este encuentro ocasional, sus ágiles metamorfosis de calor
o desdén.
Alguien recordará sus pasiones al contemplar la cicatriz de un rostro,
la comisura de un labio o la pupila de un sueño.
Mañana será otro día.
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