martes, 12 de marzo de 2013

Ya no entiendes casi nada

La enfermedad estira tu piel, la convierte en mueca.

Dentro, los huesos, las glándulas, los fluidos recuperan
su memoria de multitud que avanza como hormigas
azules.

¿Qué edad, qué perfil del tiempo atrapó tus guiños de adolescencia
o selló la maldición de diez palabras que a partir de ahí
cautivaron tu mente?.

Cuando el hombre brota, se anuncia, se exhibe, crea sus raíces,
su imagen y su ser.

Cuando la persona enfrenta los hechos de la vida con titubeo propio
de criatura, entonces es la verdad(la única verdad que pasa como el aire
o la brisa imperceptible)una flor de espinas y de colores
que mudan como si el azar tuviera cien máscaras de líquido
o fuera la luz la que ante ti formara espectros o alguien
nos negara el sueño de la sangre o de la sensualidad satisfecha.

La aurora te salva cuando buceas en su esqueleto y encuentras
la complicidad de los cuerpos, las frases a veces limpias, otras volcadas
al dolor(igual que este vagón que chirría y avanza indomable, rutinario).

Ya no entiendes casi nada, porque la vejez confunde en ti los gritos del mar,
la pasividad de los puentes, las plazas pequeñas o grandes, coloreadas
o grises, silenciosas o pobladas como enormes círculos de jauría.

Sí, todo es confusión cuando caminas sobre ese magma de ciudades
que te han habitado y piensas que en algún lugar del cosmos ya no habrá
memoria, ni duelo ni presencia, porque aunque no lo quieras reconocer
eres pasado vencido, contemplación de piedra, mudez del alma,
soliloquio de los elefantes que traicionan su duda y admiten su fin.

Llueve otra vez la misma lluvia, moja los recuerdos, parece
como si esperaran la caída de un nombre, quizá el tuyo.

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