Cae la fina lluvia sobre el ayer,
la espera es una derrota de fachadas,
la muerte trágica del reloj.
Las familias ocupan largas mesas de tiempo,
ya no se miran, ni siquiera exhiben el dolor
o la duda de no conocerse.
En los letreros las palomas persiguen un signo
de idolatría.
Mi mano presiona el botón de un ascensor de agua
¿sube o baja, transita el mar o el espacio?
Una tarde de fiesta que gira en volutas como el humo inexistente
del pensamiento.
No habrá hoy más razón que la misma despedida cuando los destinos
se alejen hacia un jardín oscuro, hacia los ojos sin luz de la añoranza.
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