¿Y si no hay mar, dónde la gracia de tu baile
entre ondas de espuma blanca?
Es tan suave, tan armonioso, tan seductor
el canto que en tus labios germina
igual que un cáliz de lujuria.
Un coro de delfines te acompaña por las crestas
invencibles de un océano sin paz.
Rizos dorados que caen sobre tu pecho de añil,
la plata brota de la cintura en sortilegios
que brillan como collares al sol de una luz sin alma.
No anuncias mi nombre en tu isla de coral,
es suficiente el eco indistinguible de una música
que llega confundida con el rumor del mar
a mis oídos.
Con la aurora te muestras, con el crepúsculo te escondes,
al mediodía cantas, con la voz del ensueño,
y yo te sigo, sin pensarlo.
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