La noche escribe lenta una oración de labios
que se rozan como si la partitura del amor
necesitara el canto de la lluvia en los alféizares
para sentir el fluido perenne de la dicha que dibuja
un mapa cálido en las alas de dos bocas sellando
el misterio de la eternidad, y es la cópula febril
un baile húmedo de panteras mordiendo la lujuria
del ansia que cierra los párpados en un delirio
fugaz, así el rumor de la fuente enjugando la carne
rosada con la lengua trepadora deslizándose por la cueva
sin luz donde el marfil del colmillo hinca su tridente
en el mar de las papilas hasta el fluir leve de un manantial
que une la silueta de los ríos en una sola cadencia,
en un solo latido de armónica pulsión hasta el éxtasis
que silabea un nombre, simplemente un nombre
que es deidad vertiéndose bajo el farol que adorna
con un racimo de luz la oscura sed de los amantes.
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