Este incendio de días lúgubres va pesando como un ascua
que no cesa de quemar, la desgracia es un rayo que fulmina
el brote verde de la esperanza, heridas interiores como un tizón
que no sale a la luz abren surcos de temblor en los pechos,
quemaduras viejas nunca cerradas, rojas estalactitas que hunden
sus filos en la tranquilidad del silencio, agrede cada espasmo
del reloj con bisturís de desaliento y sufre la piel, la carne
y el corazón el vendaval del infortunio, la pena del insomne
se vuelve omnímoda y callan las campanas festivas de la alegría
y todo es invierno en los oasis donde la felicidad dormía bajo
el sol de la ventura, un sonido, apenas murmullo, va creciendo
en la soledad de la palabra y nace el grito como un hondo aullido
en la penumbra, inarticulada voz que lleva dentro un clamor
virgen ante el infausto acontecer de la injusticia más cruel.
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