De mi vientre y mi sexo brotan las palabras.
Decir la noche al decir deseo,
encumbrar la sílaba imperfecta,
desnudar el signo que llegue
como una flama al orificio blanco del silencio.
Poblar la primavera de tus labios
con el semen de un adjetivo,
alucinar cuando un sí escupe
en los laberintos de ese cepo
que llamamos moral.
Tú al hablar lanzas un gemido de ardor,
yo cabalgo ínfulas de pesados miembros
y me creo danzarín de poseídos sátiros
en tu piel que ya siento cálida.
Me urge la admiración y el clamor,
me transita la sangre de un infinitivo
que te muerde con la erre roja de la propiedad.
Y eres tú igual que yo,
la dueña del lenguaje en el incesto de la madrugada,
me posees con la dosis exacta de una pregunta,
me invocas con la tajante ansiedad de la última querencia.
¿Sobrevivirá el instante del éxtasis al alud de las letras?
¿Cómo es la virginidad del cuerpo
en la saliva que susurra tu ausencia?
Gimo al entrar en ti
con el don que mis alas niegan,
un discurso será el adiós que no hable,
una lujuria el recuerdo que se escriba
en las neuronas inmortales del ansia
que te llamará una y otra vez por tu nombre.
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