Una vez fue lisura,
seda, organdí
el mapa de mi frente.
Hoy son ríos olvidados
que surcan mi inquietud.
Los ojos guardan afluentes,
rojos afluentes,
de insomnios y piedad.
Las mejillas caen como meteoros azules
al jardín de la mueca,
al músculo que descubre la risa.
Los poros, sí, los poros escriben dentro
historias invisibles,
el pómulo reivindica su orgullo,
quizá el espolón que enfila la noche.
Debajo de un abril de pestañas
la lívida laguna del dolor,
también la sombra de todos los equinoccios
que han llorado en un iris.
El mentón se alza como un gallo noble
hasta la desnudez del labio,
se agrietan las verdades de la piel,
los istmos perfilan la oscura senectud del tiempo.
Y te ves en el cristal
sin querer la impronta del número que te habita
y que se llama años,
cicatriz de una herida
en este rostro
al que ya no pretendes regresar.
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