Antes hablar era un silbo y su armonía.
En el amanecer de los cuerpos
no sudan las metáforas,
tu flor reluce cálida
como si un tizón te habitara.
Mi viento se desnuda
al verte arrodillada junto a las hojas del álamo,
mi carne anida en el columpio azul
quiere tu faz
bajo el abrigo del silencio
que, aún sin quererlo, te acoge.
¿Y el viaje que llama a los anillos incólumes,
concibe el rayo de la felicidad
y no se acostumbra a tu sed intacta?
Ahora las manos se unen,
el tiempo es una guirnalda que se agita
y al fluir en el aire
memoriza un adiós oscuro.
El mañana ansía un fin sin enigmas,
una bandera
y un sol
que tras el albor
nos palpe.
Ahí seguimos
tejiendo el devenir que justifique una verdad,
sin la derrota del ayer,
sin el amparo, tampoco,
de un presente fugaz.
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