martes, 31 de enero de 2017

Del ayer al mañana

Así, cuando la flor de la pasividad
brota en las entrañas de la carne
y deja un sol amargo
de caminos concluidos.

Solo un ejército de vida devuelve al músculo su gloria
(los gusanos envejecen ajenos a la luz
y las persianas no quieren elevarse rotas)
con las manos que son amor antes que duelo,
plumas que dibujan el círculo del mañana
con caricias y nieve.

Adolescencia, cruz en los finos ejes del pensamiento,
labios que quisieran la horma vieja del instinto,
sangre que mana de los orificios
de un sexo en semilla.

¿Y los adornos envejecidos de la ilusión,
dónde el simulacro de unas ventosas imberbes?

La luz, la luz parpadea
en el misterio de un columpio
que va del ayer al mañana,
sed es tu sed de cocodrilos,
sirenas, barcos en sombra,
balizas que no encienden la noche.

A los diecisiete años
queman las pestañas que miran al sol,
de pronto se desnudan los días,
se abrazan y mueren.

Hablarás en calles dormidas,
bajo la lluvia,
a cuerpos sin regreso
y te sentirás aire
o viento de amargura.

Bienaventurados los que en su vejez
exhiben escarapelas victoriosas,
en mis bolsillos tiembla lo imposible,
se arropa, se arrebuja
en el desliz de unos versos
que niegan el pasado
porque son
la luz infantil de la ceniza.

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