viernes, 21 de noviembre de 2014
El encuentro
Nadie me habló del rocío
que cae en las aceras
y escribe un abril.
Multicolor el esqueje, los estambres,
la rubicunda seriedad del jardín
cuando los botines rojos de tu nombre
se alejan y un parpadeo de pájaros recuerda
el ritmo de esos discos de penumbra
en que las noches eran invencibles
y el terror de los cielos caidos
creaba burbujas en los meteoros del hambre
y sudábamos con la cruz que fue diosa del porvenir,
con los ojos ambarinos
que no miraban más allá del sudor,
con los muros de piedra ambigua
y los ecos de frases inconexas
que recibieron un si o un no de bondad.
Si supieras de la metamorfosis de la palabra
y un ángel pasajero se posara en tus hombros
de altivez o cansancio y me susurraras
las palabras insólitas de la concordia.
Y tú y yo como rios de un solo párpado
recogieramos la nocturnidad de este ajedrez
que nos llueve en la hora vacia,
en el perdón de no saberse múltiple,
hacia el dolor de la partida
en el alba rota,
aún seríamos nosotros.
A menudo recuerdo el mantel
(de cuadros rojos y blancos, sucio
como un desdén de mariposas)donde
dibujé la rotundidad de un encuentro
y retorno a la mirada, a la calle dormida
hasta que los sueños ignoren mi luz
y sea al fin olvido y nieve de un tiempo sin realidad
o perpetua memoria de infantiles epitafios,
que me lleven a dormir en el ocaso virgen del silencio.
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