No hubo ninguna razón: el azar
cuando sonríe también es ciego.
Faz contra faz solo el aire es mensaje,
incitación, premura.
Sin saber tu nombre,
sin la palabra como hilo de astucia,
sin entender el porqué de un verso yaciente
voy quebrando días o luces de ambigüedad
o territorios de infinita cal
en mi cicatriz roja.
Una vez el eco de los trenes naufragó tras la mirada,
la mitad de una frase tejió un resplandor
de sueños compartidos, de memoria y futuro,
casi una alfombra de hábitos
en el corazón
o en su reflejo.
La esperanza se muestra así como un clamor sordo de violines,
una dulce contradicción de ambigüedades
en la metáfora de un bar desconocido.
Pero hay otra verdad, más próxima,
de largas piernas, de colores perdidos,
que se ofrece a la noche como una despedida
o un sacrificio, como un juego de éxtasis
en el dibujo de los vasos sin alma.
¿Qué edad puebla estos laberintos de pasión
y terror cuando el incansable hechizo rompe su latitud
y se despide?
Nunca la paz fue más blanca,
en su armonía de filas estériles
hay un sonido de mar
o un decaer de agua perdida
en el oro de la virginidad.
Lejos del ayer las ventanas giran inversas
hacia el hoy imprevisible, allí donde no cabe
la metamorfosis de una querencia deshojada
por la impalpable calavera de los relojes.
Sin ti, soy libre.
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