En mi vientre hay un sueño de bicicletas.
La casa exhibe su rostro fugaz de blancura
invencible. Es vieja la memoria del jardín,
una flor llamada hortensia, la sinrazón
de las margaritas, la costumbre ciega
de las rosas. En el suelo, como un niño
dormido, las aguas avanzan. Tú cocinas
la virtud con los collares del ardid, con la
caricia insípida del claroscuro. En los pueblos
la luz es el sonido, la crisálida que revienta
sin dulzor, el ritmo que los dioses dibujan
desde su nadir a su alba. Podría contar historias
que han nacido tarde, de esqueletos o de ríos
varados en un nombre. Podría escuchar la música
de los relojes anfibios, el murmullo triste de las
palomas cuando azulea su corazón y se divierten
con la fe o su signo. Podría entender a los perros
que habitan la palabra adiós o desnudar las raíces
de una quimera o confundir un párpado con mi
orilla gris. De ti a mi no hay más distancia
que una nube. Una sola nube de espanto.
Muy agradable el rato de su lectura...
ResponderEliminargracias Ramón
Gracias a ti, Antonio, por pasarte por aquí. Te deseo un feliz verano. Abrazos.
ResponderEliminarMe recuerda tu poema los mundos de ensueños de Dalí. Es precioso este poma tuyo
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Margarita. Me alegra verte por mi blog. Un beso.
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