Soñé tus rodillas como el hurón que busca
un horizonte en la nieve. Yo amé lo que no dices,
tus silencios de bienvenida, esa manera de no quererte.
Resultó sencillo abrir la infinitud, sentir su eco,
desvanecerme en el frío de tus preguntas. Nadie
conocía el tránsito, nadie dulcificó los cielos
sin nombre, aquel corazón que murió en la luz
o en la sílaba. Tú, como yo, amabas el viaje, las
noches sin azul, el episodio que muere en un beso
nocturno y febril. A veces el mar llora como una
sinfonía- aunque el sol nos enseñe su músculo
en los días impenetrables, en la luz-. Aquí, hoy
el lunar del tiempo es un óxido de palomas, la
carne contra el frenesí, los ríos que sufren su éxtasis.
Te vestiré, me vestiré de canciones tristes, antes de ser
náufragos de este vendaval que sopla y sopla como
un ladrido.
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