Asoma el pájaro como un adiós vespertino.
Mi nombre y mi cicatriz son éxtasis
en este crucigrama de color. No lloverá
antes del silencio, mil jardines sin petunias,
rejas que atisban lo oscuro o esbeltos animales
cumplirán la sinfonía del reloj, su anuencia.
Caminamos sobre un párpado de cristal,
los márgenes acuchillan nuestros cuerpos
mientras finge la luz ser cadáver de un galeón
varado. Tú amplías la imagen de la noche
en el lugar en que el resplandor de los catafalcos
suda el cansancio de la historia, a veces incólume
otras liviandad. Los penúltimos adalides
se refugian en museos escarlatas, la caricia
o el perdón posan su sed en la arquitectura del eco,
para ser el robusto enjambre o la araña de rápidas
hebras que azulee en el hollín. Es grato sentir
el trinar del río cuando calla tu voz.
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