Tu yunque hiende el mar como un astrágalo de fina piel,
y es un corazón de ventanas abiertas tu músculo de albor,
hay en mi calle un aire viejo, curtido por la sal y la espuma
de un océano febril, galerías donde juega la sombra circular
de los pájaros con nubes grises como alas de algodón, y la lluvia
transparente, molécula en los cabellos de tu noche, en el brillo
líquido de tu paz, azota el halo de prístina melancolía, la corona
que viste de cristal el desnudo azaroso de tu acento dulce,
besan las orillas de tu cintura oleajes náufragos, restos
de cuadernas sin nombre de algún olvidado bajel, obenques
y mástiles, un fanal sin luz, un espolón roto, la mercancía húmeda
de las especias, la irisada piel del gasógeno, los petroleros
que abren su vientre como enormes ballenas que derramarán
sobre la flora vital de los océanos una pez oscura, ciudad
heroica, ciudad donde tu alta lumbre ilumina los sueños marinos
del pescador, ciudad que amamanta con su leche de mar al vástago
que soy, ciudad a la que debo esta indómita sed de atlante.
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