Ya entonces sus pequeñas manos
pugnaban la extrañeza. El silbido
de las noches solo quería una cuna
de olas, el vaivén cadencioso de
la irrealidad. Sus ojos oscuros
miraban hacia dentro buscando
otro mundo, otro jardín, otro
ensueño. Siempre será náufrago
o cometa de su vida, nunca sabrá
que el destino como una sombra
de sí, le pertenece.
O si, pero prefiere simular que lo ignora...
ResponderEliminarAbrazos, siempre
Gracias, Amando, por dejarme tu comentario. Un abrazo.
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