domingo, 9 de marzo de 2014

El amor de los perdedores

El cielo fulgurante es solo un recuerdo.

Descubrir otros círculos de oscuridad
donde la maquinación sea simple
y la monstruosidad vele.

¿Se aman así los cuerpos libres,
igual que un sonido que reverbera
en las partículas de la efigie?

Hay lentitud en esa atracción infantil,
las miradas se esconden en los patios
de un ayer destrozado, puntualmente
la luz fría de las tabernas
describe una red de sueños incólumes,
de aventuras tardías,
de pasos invencibles
sin crepúsculo.

Porque nace el cosmos
en las junturas de dos corazones desleídos
y se suman las horas del continuo viaje
y se visitan ríos, iglesias,
parques, las incendiadas olas
de un mar albino.

Y se entregan las manos como dones
mientras se busca en el placer
un nombre desconocido
que desvirgue
la luz.

Ya somos tiempo a la deriva,
bruñidos supervivientes del tránsito,
almas sin gloria
ni fe,
circunloquios
que el azar desnuda.

Hoy no nieva en la memoria de los peces.

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