Se abrió la luz como un mapa insomne.
En el olvido, las arquitecturas forman un eco
de hierros vírgenes, de piel y de astucia.
Las voces regresan a la raíz del tiempo vivo,
los objetos brillan como mensajes múltiples,
el deseo ya no advierte la mecánica
de este día sin persianas.
Fácil, tal vez, entonar la canción de los hombres
desvalidos, también la crisálida del horror, el estanque
donde lloran los monstruos, el papel siniestro, la última
huella del ciempiés.
En la ciudad la calma es un epíteto blanco,
la pasión de los acuarios se desvanece
la ausencia ha dibujado sombras
de estuco en la memoria.
De aquí al juego, de aquí al agua verde
de los niños.
Hay recuerdos en el timbal, en las marionetas,
en la paciencia de las hojas o en la duda
de las fuentes admiradas.
Vuelve el domingo a su dulzor, las calles repletas
de lluvia acogen el paso como almohadas del sueño
o collares de la edad siempre uniformes y distintos.
Me miran, nos miran los azules como relámpagos infinitos.
¿Quién eres tú que ausentas tu nombre?.
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