jueves, 23 de mayo de 2013

Paseo nocturno por mi ayer enterrado

En esta gimnasia no cabe el alud. Ascensores tardíos,
hombres sin pincel, hierros y mensajes que no vuelan
del ser al ser. Mi destino nace en la flor, se vuelve rosa
de columpios, laberinto de enredaderas, oráculo y nieve.
Más allá del ejército de los taxis, al romper la aurora,
cuando el pájaro extiende sus mandíbulas y habla
del signo, de la duda, de la piel que concibió virgen.
Después de cualquier raíz, en el emblema de las
faldas grises, porque cruzar un semáforo significa
el viaje a la noche, tus labios y tus caderas, aquel
lunar en mi pijama a rayas, primavera en los almendros,
gas y humo en el crisol. Y al final, la estatura que no
conozco, el jardín prohibido, las ramas que rozan
el paseo como dientes de gato o rumores de agua
o viento, mientras tu elipse naufraga. Aquí el orgullo
de las letras cautivas, su latido firme dibuja la astucia
de un adiós. Mis verbos son diminutos, antes del bar
la palabra buscaba un mosaico, el azul y el blanco,
los deseos de la serpiente como la cruz del látex.
O, también, el corazón que se embarca en trenes de
invierno, su ensoñación se encierra en un mar infinito,
lejos de la podredumbre de los mensajes utilitarios, su
vida que es al fin su vida, escueto tesoro de la mismidad.














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