Hay falanges que no guardan un nombre.
El cabello rojo, las finas hebras de la caricia,
las púas del silencio cuando visitan tu misterio
o tu luz.
Una vez mi palabra fue manglar, siembra
en los intersticios de un sol perfecto.
Otra vez un desnudo me hirió como fiebre o dulzor.
Hoy es un recuerdo el canto gris de las palomas.
Lo mismo que tu piel
en mi luna
inválida.
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