No puedo desconocer las palabras. Nada dependía
de la luz ni tampoco del reloj invisible. Sólo
el verbo inició el romance como la brisa el devenir.
¿Qué adjetivos relativizaron la ansiedad del segundo,
en qué oscuras intenciones se refugió el más indolente
de los adverbios?. Antes me bastaba el color, la música
del silencio, un cuerpo cuya armonía danzaba, equidistante.
Siempre pensé que mi auténtico traje era la ilusión de una
juventud libre. Como cualquiera he vivido en un episodio
de mi, una posibilidad que en el fugaz instante se vuelve
real, materia sellada de lo idéntico, reconocible en su fin.
Ocurre que la muerte deja su huella en el seguro porvenir
y en la memoria, mientras el peso de la responsabilidad
va desnudando el ánimo. ¿De qué sirve la mirada tardía
del perdedor? Sólo en el imaginario se puede entender
una vida y hacerla soportable. Podría haber sido… pero
ya no seré.
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