El humo del enésimo cigarrillo vela sus ojos
donde el verde agua es un mar eterno.
Habla con fe de la vida,
con el ardor de quien fue parte de la historia de un siglo,
ríe al recordar los tiempos de su niñez,
agradece a otro país su destino,
las mil máscaras con que pudo representar la pasión,
la lucha, la dignidad, el coraje o los celos.
Pero no olvida su raíz, la añoranza de una tierra fértil, sencilla,
y de un mar azul por donde navegaron sus sueños.
Su fortuna, evoca, haber vivido junto al hombre sereno,
lúcido, fraternal, Albert dice, suavemente, como si recordara a un ángel.
Un amor de palabras comunes, de corazones que latían unísonos,
de fiebre y pasión por una vida convulsa y difícil,
cruel y dolorosa pero también álgida y plena.
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