miércoles, 18 de julio de 2012

Esta ciudad me recuerda lo que no soy



El mar ya no está aquí, en tu palabra. Ves los ojos
cansados de la isla como insectos de un invierno
azul. Otro país que es tu país, las flores del frío
llevan extraños signos en sus lomos de titanio
mientras la oruga acomoda su acordeón a un viejo
vals de insomnios. Pero no acudas al murmullo dorado
de la piel, sólo un idioma viste las tardes con sus calaveras
de aventura y los conocidos andrajos de un monosílabo.
Allí, cualquier eclipse es inmortal y una lluvia
de mosaicos teje músicas, diamantes invertidos,
caracolas de mar. Nuestro hotel ha roto su lengua
-su ladrillo amargo nos dibuja con pantomimas
y escarcha o espejos de canción y muerte-. Es la luz
un incandescente sonido, mientras tú y yo hemos trazado
el mapa que va del jardín a las auroras renegridas,
del eterno cansancio de los pilares abiertos a la comunión
viajera de las plazas, con su memoria de pájaros sin rubor.
¿Quién puede encender la tranquila antorcha de los días
que no sea un árbol maduro o una golondrina fugaz?
Esta ciudad me recuerda, al fin, lo que no soy, lo que
nunca seré.



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