A veces te imagino una rosa entre rosales,
el fruto de algún episodio bíblico. Otras veces
recito tu nombre en las madrugadas de invierno
para sentir tu paso de fiera o tu ardor. Bien sé
como el dolor crea su nube, como las antenas
del formulismo tejen su jardín en tu derrota
de pájaro. Te vi en hospitales, en pasillos oscuros,
en la memoria de un sofá que no podía con tu cuerpo
frío. La llamada de un teléfono crepita en los suburbios
de mi automóvil, mientras los epicentros te buscan
en la inmediatez del ocaso. Perdona por no haber
sido fiel a tu voz, a tus ojos de melancolía, a tus cristales
negros. Huele a mar este silencio de esferas que ya no giran.
Te sigo...y no me canso.
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias, Antonio. Un abrazo.
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