En mi esternón late un nido blanco. El fulgor
de un semáforo deja su muesca de ámbar diminuto.
Ese laberinto es un hueco negro, la llave amarga
del delirio. Pero la juventud puede con tu sombra
y elige un cementerio de piedra como paraíso o duda.
Quedan las aulas del invierno con la canción herida,
mientras la palabra arroja su tempestad en cafés
oscuros, en hojalata ciega, en dudosos calendarios
sin luz. Pesan las homilías de sal, el suvenir
ambiguo que nos divierte, la estratagema
del rechazo, los alambres de la finitud.
El ombligo triste de la denuncia.
Admirable, Ramón; como es costumbre en ti, el verso se alza y viste de alta poesía, laberintos, cementerios, hojalatas ciegas, calendarios sin luz.Enhorabuena, siempre.
ResponderEliminarSalud.
Muchas gracias, Julio, por pasarte por aquí y dejarme este comentario tan animoso. Un abrazo.
ResponderEliminar