Aquel cuerpo enflaquecido de huesos cálidos
y mirada roja. El dolor finge ser un pétalo en su cama,
una canción en el cristal. Desconoce su edad, también
el porqué de las mentiras. Un día se abraza a una hembra
infantil cuyos labios nombran el norte. Crece con la ingenuidad
de un tallo, vierte su ilusión en juegos o en palabras, nada espera
sino el camino abierto de la vida. Pero otro día calla la luz
y la verdad negra asoma en los semáforos, en el engaño mísero
de la fatalidad. Y ahí, en ese momento, algo se quiebra en sus vísceras,
la leche joven se vuelve agria, las manos blancas sudan el miedo
de la verdadera vida, la que inútilmente engendra monstruos.
Y después…el silencio y la oscuridad, la culpa con mil rodillas
dobladas, el deseo de extinguirse como humo viejo. ¿Por qué
lleva el ancla de un suceso como pena inmortal, como sudor
que alienta? Ha crecido, hoy ya es un hombre, pero aún teme
su escondida cicatriz y no sabe el motivo de aquel infierno.
Su luz es negar y su razón duerme el letargo de una vigilia
incómoda, transita por la candidez como un ruiseñor alucinado
o un terrible gato hambriento. ¿Qué le esperará más allá
de su sombra? Peces sin rostro auscultan sus latidos,
no lloverá el incienso en los pómulos rojos. Aprenderá
a humillar la herida, a sentir su calor de serpiente. Porque
la espuma que aún sueña el olvido enmarcará su piel y su
conciencia en horas de cal, tan ciegas como un cementerio,
tan sólidas como el carmesí de los desiertos sin paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario