Esas gotas que caen sin querer.
Mi cuerpo que son dos ojos, dos extremidades
que tocan y palpan el destino.
Un libro abierto como una oración o una pregunta
que ya dejó de ser niña.
Las horas del café junto
al cristal que nos refleja.
El pasado con su trampa de garfios. Las noches de frío
a la busca de bares sin luz, para acodarse como
un viejo león que sufre.
Mi pensamiento que imagina islas, paraísos
donde el mar me arropa con su piel suave y liquida.
Este reloj que descompone fracciones
como un ilusionista del vacío.
Noto mi corazón latir.
Igual que un perro te miro y callo.
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