El tren es una oruga de magnolias y azahar.
Después el hierro y sus ventanas anfibias
o el sonido metálico de los centinelas
que huyen con el presagio y la aurora
como topos emboscados.
El taxi nos arropa, su seno es blanco como
la premura-no olvides madre las cenefas del miedo
o el corazón como alguacil de mi fe-.
Hay fiebre aquí en los ojos amarillos del tráfico
y canciones sin párpado tan azules como un noviembre
herido.
Pero a mi me gusta este ronroneo de hélices, las palabras
sin idioma o los semáforos que huelen a sal y a estertor.
La ciudad se agita como un tiovivo, de sus venas subterráneas
surge la luz y la conciencia. Yo me refugio entre caobas y sol,
como un príncipe que añora el color de la música, el verbo cuya
imaginación es astucia.
Mi hastío nunca se arrodilló y en los lúgubres carteles,
en los bares amorfos, en las terrazas de un solo hemisferio
yo anuncié mis pasos de sinsabor y cicuta.
¿Queda, quizá, la siniestra finitud de un cuerpo que ya es lejanía?
Como un cruce de caminos el horizonte se agranda, se agranda.
De lo mejor que te leído últimamente...se deja leer suavemente...precioso texto escondiendo mil imágenes.
ResponderEliminarUn abrazo Ramón.
Gracias, Antonio. Me alegra que te guste el poema.Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarMe gusta tu poesía, tan carnal y tan metafísica a la vez, tan llena de imágenes que podría componerse un mundo nuevo en cada poema. Te felicito y estaré pendiente de tu obra. Un abrazo
ResponderEliminarGracias por acercarte a mi blog y comentar este poema. Siempre que lo desees estaré encantado de que te pases por aquí. Un abrazo.
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