Primero el silencio de arcilla y pasos
sin heridas o luz. Ese es nuestro futuro,
sus ventanas de metal como miembros
de un corazón amargo. ¿Has oído la voz
del rompeolas con sus féretros de espuma
y su hogar vacio de incienso? En la memoria
del parque las golondrinas se alejan, porque
sus laberintos no huelen a mar ni hay diademas
que devuelvan su brillo a los omoplatos del
presente. Tu casa como un furgón inhóspito
-hasta que las llamas con su candor de niña
abracen la cruz del desgarro o el éxtasis que
bautiza mi fe-. Son diez años de paredes
de invierno, palabras de vaivén, limpios
ascensores sin collar ni lujuria. Afuera
el viento clama por sus enredaderas de sal,
mientras los policías de la luz abrazan el nido
que murió virgen con sus cantos de amapola
y sus lúgubres espejos de alcanfor. Nunca olvides
las llaves sobre un rostro blanco, que no sea
el destino ciego la almendra de tus horas tardías,
la senectud del estío o tu noche.
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