Vierten su luz las ascuas para que observe el perfil
de mi sombra en la lisa pared, adentro solo hay dibujos
pálidos sobre el cuarzo rocoso, el misterio de la luna penetra
débilmente en la oscuridad como rayo ambiguo que gozara
con la apariencia rugosa de unos pliegues que ocultan
nuestros signos trazados con la sangre ya desvaída
que será memoria del existir mudo de la especie en el confín
más lejano de una tierra por conquistar; hay murciélagos
que forman un techo de carne oscura y móvil, ella es el mito
del origen con sus anchas caderas y los senos de donde
mana el flujo blanco de la leche en la boca mínima del sucesor;
yo soy quien ase el sílex, el que cubre con la piel del animal
yerto su desnudez de hembra, el que vaga por el frío
del páramo y aún no puede llamarse hombre, aquel
que un día remoto existió para que llegaras a ser tú.
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