sábado, 28 de febrero de 2015

Días de hospital



Este cuerpo vive en el ayer
pero su silencio ansía el hoy.

Nace el dolor como una isla rota,
su efluvio es de marea,
de mar desatado,
de canción absurda.

De pronto el dia pierde el lujo de lo exacto
y el aire, temerario, tiembla en la luz
como un faro dolido.

Mi edad se cubre de piel,
mi conciencia ya no habla,
el descenso es un agujero oscuro
sin límites
ni voz.

Necesito creer en el porvenir,
porque hay cosas que aún están formuladas
como un dígito en cuadernos por escribir,
porque la inocencia descubre el espacio y la llaga
que los años han dejado en la memoria ahíta,
porque los hijos empiezan a extender sus ramas
contra el azar y la duda,
contra la lid
del odio.

Vagan frente a mi sombras con adjetivos alegres,
de vez en cuando
la pauta de esa virtud objetiva
que llamamos protocolo
entrega mis huesos, mis vísceras, mi dolor
a la luz proscrita de los rayos,
a las jeringas de cristal puro,
a los tuétanos de plástico
que gotean su razón
como humus de bienvenida.

No veo pájaros,
sólo escucho su adiós
desde mis ojos sin paz.

viernes, 27 de febrero de 2015

Lluvia de invierno en mi infancia



La luz amanecida, perpetua, insomne.
Mi piel en fotografias tan cercanas como
un beso. La rutina que algunas veces llora
en el corazón del dia. Mi sueño que almacena
dígitos como horas que el pájaro no atiende.
Los murmullos del mar, los jerseys que nunca
tuve. La curva que un minúsculo coche traza
después de la algarabía de una tarde infantil.
Y los padrenuestros o el vigor de los músculos
cuando los recreos invaden el solsticio de la
penumbra o la rutina. Mueren las bicicletas
al decir su abril, su color, su astucia de damas
ingrávidas. A menudo la humedad mata el juego
de los príncipes, entonces los dedos habitan
las mesas, el ritmo, las palabras alegres. El
agua que nunca muere en el río adorna el eco
de las risas, los oros dibujan una estación blanca
inacabable, allí donde la alegría es un símbolo
de flores y azul, allí en el territorio de la ilusión,
en la nube que ha dejado un rastro de candor
en la nieve.

domingo, 22 de febrero de 2015

El amor tiene las alas de un pájaro negro

Ni siquiera la palabra más antigua,
la del candor, la del olvido.

No hay hogar en las pupilas blancas de la noche,
la nostalgia es un caballo frío,
desamparado, como un látigo
que no encuentra estallido
ni dolor
ni amargura.

Dicen que el azar nos envuelve
lo mismo que una sábana de relojes,
dicen del instante en que se cruzan
la lluvia y los ojos claros de la nieve,
dicen de la vida que se acuesta
cuando los labios hablan del futuro
o la piel ultima el grito del placer
en los bancos nocturnos de la alegría.

A mi me basta el mar tranquilo,
las colinas relumbrantes,
la umbría de los hayedos
junto al manantial que surge noble
como un símbolo.

Han quedado demasiadas preguntas por decir,
su rumor me acompaña por calles varadas,
en balcones sin reja donde asoman
las banderas del recuerdo.

Solos, en la plaza que se sueña,
la melancolía anuncia el triunfo de la sed,
mi corazón te habla con ovillos trenzados,
la luna quiere abrirse como una flor pasajera.

Yo sé que mienten los pájaros,
que la sombra de tus caderas ha desnudado el color,
que no habrá ayer porque este silencio de cuerpos
amanece igual que un rayo indeleble
en la espesura de tu nombre, del mío,
de nuestra historia roja
y escribe, al fin, en los latidos del agua
el crisol infinito del amor
y la locura.

miércoles, 18 de febrero de 2015

Tú, que eres todas

Las lineas de tu blusa se arrodillan
en un pronombre infinito.

Los jeans verdecidos por las ingles de tu sed
en el horóscopo inmaduro de los diecisiete.

Una voz no dicha,
el cuerpo de un adiós con rubios ejes en las manos,
la sincronía de episodios sin máscara
bajo la luz o no del cruce.

Y vástagos que rememoran calles
en los días más claros, terremotos
donde un latido causa nieve
en los frontispicios de la última catedral
que habitas.

En la noche los meridianos ensombrecen
y basta un color- el rojo, el cárdeno, el púrpura-
para que los poros de la ambiguedad
crezcan como pétalos de aire.

Más tarde
cuando la urbe aúlle en los semáforos frágiles,
en los párpados de las fuentes
o en la ruptura de las plazas
yo reconoceré el cabello azabache de una mujer neutra.

Los dados de noviembre
esquivan el tránsito de los últimos taxis.

He jugado a ser sol entre serpentinas que huyen,
he querido la luz en la sombra
o la virtud en el cosmos imposible de la vida.

Estoy aquí con mis glándulas que persiten
en un sueño sin metamorfosis
sin alba
ni ayer.

Solo, en este instante que ya ha sido.




domingo, 15 de febrero de 2015

Los juegos de la memoria

No son los juegos de la memoria
la memoria misma.

Así el infinito atardecer,
la ilusión de la ciudad viva,
el saber que tu exisitías en su abril
como una paloma alegre.

Los juegos de la memoria
visten los tejados de luz
mientras la serenidad de los parques
teje sombras y mantos de color
en los dias que no vinieron
para ser palabra o perdón,
claridad que sueña tu piel,
dibujo del agua en tus ojos limpios.

Nada fue como digo,
no hubo teatros que bailaran para nosotros,
ni neones azules que encendieran tu risa,
ni labios de suburbio donde la sed y la lujuria
cabalgaran las horas.

La memoria es olvido cuando vienes a mi,
envejecida como un símbolo
y reclamas un diálogo de mariposas
ya caidas
bajo la eternidad de un invierno.

Más allá de las ciudades y el tiempo,
más invencible que la pasión contenida,
más frágil que tu perfil en la herida del cristal,
regresa a mi tu tránsito,
tu levedad fantasma,
tu pompa que surca mares vacíos.

La memoria no son los juegos de la memoria
sino la firma indeleble de un ataúd
en la pared rota de un corazón ajado.

sábado, 14 de febrero de 2015

Virginidad

Quisiera llevar en mis bolsillos la memoria
de un virgo. Sí, la savia como un don, el brote
firme, las manos abiertas hacia el futuro, la inocencia
sin nombre que no conoció alfil. Y la música
o los juegos que retratan la carne, y las antesalas
de ese silencio sin luz que de pronto crece hacia
la rompiente de mil flores dormidas y deja su huella
de niño insomne, su aventura de marfil. Yo no sé
donde está mi virgo, lo he nombrado con amapolas
y clarines, con luceros y rencor, con odas y azul.
Detrás de un espejo, el infante da razón, estridencia
o locura. Tal vez aún puedas elegir lo que te llama
y resplandece en ti, tal vez en el descuidado
origen alguien descubra los latidos del dia,
sus antorchas que iluminan lo que será tu
ayer en el hoy, tu hoy en el ayer.

jueves, 12 de febrero de 2015

Tu recuerdo

Me gusta imaginar lo que no fuiste.

Pétalos encendidos,
la palabra desnuda y abierta,
la noche como crisálida
de un futuro libre.

Me gusta tu dibujo, tu ciudad,
tus hijos que pasean el perfil de una secuencia,
la geografía del adiós en pasos sin nombre
bajo adoquines vacíos.

Me gusta el relámpago de tu exactitud
a los veinte años,
me gusta la sinopsis de una mirada
entre las horas vagas, azules.

Y lo que en tu mente fue imagen sobre imagen,
lento eclipse de los fotogramas
en una película que se rueda sin querer,
que ama el espectáculo de las voces
unísonas.

Si llueve que sea en mi,
si alguna vez tu sombra cruza mi recuerdo
que no deje la edad su huella mortecina,
que seas en mi la luz sempiterna del aullido.

¿Y por qué no los dos?

miércoles, 11 de febrero de 2015

El mapa del deseo



Pocas veces se siente tan cerca la armonía,
el descenso puro y liso hacia el meandro
de la carne, el canon que un círculo nombró
fuente del deseo, locura intangible o azar
que ignora los juegos de la vida. Hay cristales
que rompen la luz y espejean los misterios
como un candil atardecido en las sombras
de un desnudo.Camina el cuerpo sin advertir
sus ojos de pantera, camina la espalda, la curva
blanca, la pulsión turgente de los mapas que son
isla y refugio. No pretendo descubrir el porqué
de unas piernas infinitas, el hallazgo de un rostro
que ocupa el perfil de mis manos con la cadencia
de un labio siempre abierto. Sé que han sido los
lunares la huella, un ardid que simula vientos de
nocturnidad en la sed invencible de una canción
exhausta. Nada podrá cambiar el rubor que nace
del espasmo, después las olas de la costumbre
bailaran su quietud, su espantosa necesidad
de ser asi, como el sol o la noche, como el
latido o el silencio.

miércoles, 4 de febrero de 2015

"Chico Wrangler" un poema de Ana Rossetti

Dulce corazón mío de súbito asaltado.
Todo por adorar más de lo permisible.
Todo porque un cigarro se asienta en una boca
y en sus jugosas sedas se humedece.
Porque una camiseta incitante señala,
de su pecho, el escudo durísimo,
y un vigoroso brazo de la mínima manga sobresale.
Todo porque unas piernas, unas perfectas piernas,
dentro del más ceñido pantalón, frente a mí se separan.
Se separan.

Los azares de la vida

Los oros y la noche no son lo mismo.

El alba de la piel abandona el pus de los dias,
bruñe, rectifica la insensatez del sol.

Lástima de crecer hacia el destiempo
sin brújulas
ni astrolabios,
sin paraísos
ni mentiras.

Mi entreacto vive su juventud de gloria,
en su centro las mariposas crecen,
la ingravidez del deseo
se multiplica igual que ramas
de pasión.

Al fin la edad es un caballo
que guarda en la memoria el primer relincho
y la última mirada.

La mia juega con el resplandor de una isla
o divide el corazón de un rio
en postales
cuyo brillo será un ejemplo de trasluz
en las horas vacias.

Yo no hablo de otra cosa que no sea el tránsito.

Mis pulmones esconden cuévanos de claridad,
imágenes de inmortalidad dudosa,
la frialdad de un quejido
en cualquier vocal desnuda.

Nadie interroga a los jazmínes, lo que dirán,
su pensamiento vive en el aire que fluye
y ama su lasitud.

Me gustaria hilar las palabras con soles de invierno,
me gustaria el diálogo de las palomas,
su arrullo vespertino como un círculo
fértil.

Un episodio que explicara al fin
el porqué de este azar y no otro.














martes, 3 de febrero de 2015

El piso

En ochenta metros cuadrados
la historia finge.

Se almacenan los ecos, las llaves,
los souvenirs, las heridas olvidadas.

En ochenta metros cuadrados
cabe un paraiso de huellas y silencio,
de éxtasis o ardor.

Su verdad dibuja aquí un recuerdo:
una vez más la forma en que has colgado los cuadros,
las fotografías que ya no miran tu ser.

En ochenta metros cuadrados
el sol atisba desde abajo
como un pequeño camaleón
que hiciera de la luz su nido.

A menudo estoy entre zócalos,
me miento en el rubí del azogue,
dividido como un reloj sin memoria.

Atardece en tu penumbra.

Yo quisiera vivir en mis oídos fósiles
pero resuenan los labios de un nombre
en el maquillaje del día.

¿Cuándo me dirás
que no hay incendio en tus ojos grises,
cuándo la sensatez de estas pisadas
sobre pino o dulzor me dirán
que ya no hay vida en el refugio deshabitado?












domingo, 1 de febrero de 2015

Las manos ajadas



Son recuerdos que llaman. La luz caída,
ambarina, quieta, el sonido dulce
de una palabra alegre, los ojos
que buscan el horizonte
como olas derramadas.

Al volver a la infancia
la memoria recupera
las alas que nunca tuvo
y son los juegos,
la inocencia o el abrazo
huellas que refulgen igual que faros
que alumbraran tu hoy desnudo,
tu mirada sin lejanía.

¿Es necesario este párpado
que solo ve hacia dentro
porque no ha sabido crear luz
en las horas del devenir?

El sosiego de mi corazón
se cubre con jerseys perdidos,
con botas deshilachadas,
con helados y balones,
con los iris de una niña que baila.

Al regresar a mi casa rota
los objetos dialogan o murmuran
sobre lo que fui o no,
las paredes aún guardan
la voz cálida de una madre sin edad,
los cristales escriben rumores ya vividos
en el papel caduco de los calendarios.

Desde aquí el mar todavia parece el mismo,
tu perfil camina, rubio como el dolor de las espigas,
inhóspito como la noche.

En las hebras azules de un reloj
caben todas las imágenes que has llorado,
también el azar de un dia nuevo en tu dormida piel,
el futuro en unas manos ajadas.


Fragmento de "La familia de Pascual Duarte" de Camilo José Cela

La perra volvió a echarse frente a mí y volvió a mirarme; ahora me doy cuenta de que tenía la mirada de los confesores, escrutadora y fría, como dicen que es la de los linces [...] Un temblor recorrió todo mi cuerpo; parecía como una corriente que forzaba por salirme por los brazos. El pitillo se me había apagado; la escopeta, de un solo caño, se dejaba acariciar, lentamente, entre mis piernas. La perra seguía mirándome, fija, de un momento a otro, y su mirada calentaba la sangre de las venas de tal manera que se veía llegar el momento en que tuviese que entregarme; hacía calor, un calor espantoso, y mis ojos se entornaban dominados por el mirar, como un clavo, del animal. Cogí la escopeta y disparé; volví a cargar y volví a disparar. La perra tenía una sangre oscura y pegajosa que se extendía poco a poco por la tierra.