Sacuden las alas los pájaros del adiós.
El río vierte su savia en el flujo de abril
con la alegría que baja rumorosa
como si fuera un cascabel de cristales traslúcidos
atravesando las dunas del aire.
Tú bailas en la ciega noche sin la luz de las plazas
ni el neón que ayer vertía en tus hombros una nieve brillante
igual que un arco iris multiplicándose
en las olas de un resplandor furtivo.
La palabra cruza el árbol de los diálogos
y llega a ti como un colibrí llega al nido
que pronuncia tu nombre entre una multitud de nombres.
Mi corazón es una voz tímida que sigue el compás de un ritmo fiel
sin saber que algún día la ceniza del tiempo
acallará su monótono latir.
En toda flor hay un crepúsculo y en todo amanecer hay un olvido.
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