Hay una pausa de latidos en mi corazón de hielo,
inmóvil la carne, como escarcha sobre la nieve,
recibe la caricia del sol entre la niebla que asoma
por el pretil del alto muro, agujas que hincan su frialdad
en los tejidos con ápices de carámbano en la cálida piel
del soñador, se impregna el cristal del aliento dulce
de la madre, sus dedos dibujan ríos de oro que surcan
la memoria del trópico en el tapiz húmedo de la ventana,
ausencia del leño en el fogón, del abrazo que niega la fría
mansedumbre del aire por los rincones del hogar,
de la estufa donde la brasa emite su canto de volcán
adormecido, de la claridad que deja en la atmósfera
la flor del alba como un beso de luz en el rostro alegre
de la mañana, presencia del vaho y de la luna
con su alfanje de hielo en la bóveda blanquecina,
en el ártico corazón de este silencio sin ti.
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