Daña la carne el filo que acaricia mi pecho,
hiere la desnuda piel con su paso raudo,
un zigzag, una muesca, un labio de donde mana
el llanto púrpura del corazón con la savia roja
de la herida derramándose en fluido tenaz,
incesante la caída del jugo vital que sembrará
la tierra con la semilla del dolor, tiñe la amura
de mi costado de pez rojiza antes de volverse
cicatriz sin nombre, compañía de futuro,
testimonio que niega la virginidad de mis poros.
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