lunes, 29 de junio de 2020

Amiga muerte

Hay edades como esqueletos que sueñan.
Siempre estuviste ahí, en las primeras fotografías,
en el pulso del trabajo, en las conversaciones triviales
que repetimos una y otra vez, sin darnos cuenta.
Te refugias en los días felices como una máscara
que nadie invitó. Con los años te adueñas del pensamiento,
escarbas en la infelicidad, brotan de ti diamantes
oscuros que brillan en los cenotafios. Eres
la sombra que en mi vejez se arrima al corazón
del niño que fui, con la ternura del confidente
y una guadaña gris entre los dedos. Ven, habla
conmigo, dime las razones de tu amor despiadado,
tu amor que mata, ese amor donde ya balbucean
las últimas hojas de mi calendario.

sábado, 27 de junio de 2020

Mujer de invierno

A menudo me hablabas de la bruma y la escarcha,
del frío y los osos polares. De niña al ir al colegio,
el invierno-decías- eran bolas de nieve, verdugos,
abrigos y guantes de todos los colores. Ahora
me explico tu amor por el fuego, el por qué
se recogen tus piernas- calcetines rojos- como
alas de cigüeña, ante la chimenea encendida.
Nuestro hogar de montaña lo elegiste tú,
en verano hay flores diminutas y cantos
de cigarra; prefieres enero, sus copos
blanquecinos, sus cristales de hielo y estos leños
que, juntos entregamos, al rito ancestral
de darnos calor en las horas en que los lobos
buscan cómo alimentarse si no nos encuentran.


viernes, 26 de junio de 2020

Mis amigos y yo


No había visto nunca nevar en Santiago.
Y lleva todo el día, sin parar.

A las nueve en el pub
calentaremos el cuerpo, seguro.

Qué hermoso el tejado
con su pátina blanca.

¿Eres idiota o cursi?, si te oyera, Lourdes.

Porque tu imagen es diferente, verdad.
¿Ante ella eres el puto amo, o no?
Cómo finges, amigo.

Y es que Lourdes te gusta tanto
que se te empalma
ya sabes qué
con solo oír su voz,
oler su perfume,
notar el tacto de sus dedos
tan cerca de la entrepierna.

¿Quién vendrá hoy?

Estoy harto de Manolo,
le dije que me tradujera un poema en francés
y llegó como un perrito,
enseguida, a babear las letras.

Andrés se fuma todos los chinos
pero nos consigue costo.

Andrés y yo hablamos a veces,
hablar es como encender un fuego
en el desnudo interior,
el timbre suena,
qué impuntual es Alberto.

En octubre yo esperaba lluvia,
nieve, no,
el ánimo está alerta
como si desconfiara
de los silencios de la noche.

¡Vamos Alberto, capullo, que siempre llegas tarde!

Qué gracia de copos,
qué bendición de fibras frágiles,
qué ardid de gotas escarchadas
que me besan sin un después,
sin esperar el mañana.

Yo sé la ruta y Alberto, también.

Él y yo nos miramos,
bajo las arcadas de la rúa
que nos conduce al Galo
se oye el gorjeo
de los ateridos pájaros.

¡Joder, Alberto, qué puto frío!,
a ver si llegamos pronto,
hoy le atizo al aguardiente, y tú.

jueves, 25 de junio de 2020

Tren de domingo



Hay tardes ambiguas que crecen después de un recuerdo.

Día gris,
el mar que vi desde mi habitación era platino,
buscando su luna.

Mi cuerpo ya estaba en otro lugar
-el refugio de los jardines silvestres-
aunque tocara con los dedos
mis muslos
y me rozase el pantalón
con su estrategia de amparo.

Los domingos palidecen
porque su puerta se cierra
y los ojos miran al señuelo de otra semana por venir.

El autobús llega tarde
y yo temo el chirrido de las vías de ese tren
que se escapará
enseguida,
como un lobo hambriento,
hacia las luces de la noche.

No hay problema
-me digo-
son solo quince minutos cuando no hay tráfico.

Aquella mujer parece un viernes, se ríe,
el joven pelirrojo se hurga la nariz,
sin pausa,
cinco adultos
que no me importan
observan sus móviles
y yo que tirito
de fugacidad.

A las siete sale el tren,
ese mínimo tren de herrumbre y vagones fosilizados,
pero es mi tren,
mi juguete,
mi amigo de metal.

Ah! qué bruja es la vida,
no la vi en el andén,
su perfil, sin alas, se refleja en un vidrio.

Somos los únicos pasajeros del vagón,
circunstancias precisas donde las imágenes se doblan
y recogen un latido común
de árboles en flor.

Mi disfraz es el miedo,
luces blancas,
el inicio musculoso de los engranajes,
el movimiento sutil de las bielas,
la sinrazón de nosotros,
solo nosotros,
aquí.

Nada dije,
habitado por sombras
-durante el trayecto
ella leía un libro ajado, el Don Juan de Torrente-
al salir recordé algún lugar que los dos hubiéramos pisado
y le susurré:
- ¿tú estudiaste en el Eusebio da Guarda, ¿verdad?
¿quizá conozcas a Juan Gómez?
Te vi el otro día en la cola del cine, en aquella película de Truffaut…-

Pensé que la oruga tejía su hilo,
un café,
las palabras se unen en códigos
que la lenta armonía columpia.

“Te invito yo, podríamos vernos mañana,
aquí mismo, a las ocho”.

“Sí, claro”.

Entonces no sabía que a los pájaros
no les gusta la voz del mármol,
ni las ataduras del insomnio,
ni el blancor de las cimas
donde sienten
que hace mucho frío.

Tal vez , sin previo aviso,
le crecieran dos alas
porque ya nunca
regresó a mí.

martes, 23 de junio de 2020

Esa casa que nunca conoceréis

Edifiqué una casa con hilos de sol y papel de lija,
liviana como polvo de mariposa, una casa
con muchas ventanas por las que no entra la luz,
ocultas al cielo, piel de onagro en la memoria
que decora la pared con pinturas de aire,
escenas donde aún lloran las muñecas, saltan
los balones, sufren los esquejes del rosal exhausto.
Sabed que la construí con vientos y edificios
de cristal, en su interior la nieve iza castillos,
el calor de su chimenea es un aliento que me
hace respirar con la mecánica exacta de un reloj,
día tras día, oblicuamente. Construí una casa
en mi interior, nunca he salido de allí, ese
otro que vosotros conocéis vive en otra parte.
Ese otro me niega, y yo lo niego a él.


domingo, 21 de junio de 2020

Aquel día

Miércoles, 15 de abril
cuando en la radio de Rosa
suena el ángelus.

Mediodía, tan lleno de luz,
los ventanales,
traslúcidos,
son como acuarios
de claridad.

En mi mano un libro de Bataille
- me atrae su mística,
el ausentarse de la piel
para recorrer los submundos del alma-,
lo compré el lunes
en una librería de viejo,
sin saber
qué
encontraría
entre sus páginas.

A la habitación llegan todos los sonidos de la calle:
el tráfico,
voces de amigos que se saludan,
un claxon,
el grito de una madre que riñe a su hija.

Es tan cotidiano
este día de abril
en
que
la
lluvia
por, una vez, se ausenta.

El cielo, intensamente azul,
un perfume de magnolio
-tenue, sutil-
entra por la ventana
desde el jardín de Paula.

Hoy que no he querido ir a la facultad,
no sé si por cansancio,
rebelión
o quién sabe,
lo último que esperaba era ver a mi cuñado.

El timbre,
estridente como un chirriar de uñas en el cristal,
rompió la monotonía de la mañana.

“Hola, Ramón”
-dijo Uxío-.

¿Qué haces tú aquí”
-le respondo-.

“Tu hermana está abajo en el coche,
nos vamos a Coruña, hay malas noticias”

“A qué te refieres”- le inquiero.

“Ya te lo dirá ella”.

Me vestí todo lo rápido que pude y bajamos.

“Papá tiene cáncer”– dijo, Elena, entre sollozos-.

No sabía
que en ese momento
el mundo cambiaría para mí.

A los dieciocho años,
estudiante,
un niño aún en muchas cosas,
debía enfrentarme a la vida,
madurar,
ser un hombre
ya para siempre.


sábado, 20 de junio de 2020

Imitando a Humphrey



“Aquí está la movida, el Verde está a tope”
- ya lo sé, Daniel-. De la chica del pelo rojo
lo que más me pone son sus tatuajes
y de qué manera tira de la minifalda.
El barman luce músculo, solo sonríe a las mujeres.
“Daniel acércate a la barra y me pides otro gin-tonic,
yo no aguanto a ese cabrón”. Es la una y media
de la madrugada, “los lunes las copas en el Chevalier
son a mitad de precio”-dice, Daniel-. La chica
del pelo rojo cruza las piernas, suena en el pub
“la casa del sol naciente”. Si tuviera valor me acercaría,
en silencio, con una pose de macho. “No quiero que estés
sola, querida”. Pero no tengo gabardina, ni borsalino
ni un triste Marlboro que llevarme a los labios.
"En las películas es más fácil, ¿verdad, muñeca?"

*Verde: pub
*Chevalier: discoteca
*borsalino: tipo de sombrero

viernes, 19 de junio de 2020

Habitación de estudiante

Nunca entendí
de dónde surge
una brizna de luz.

Llovía,
humedad en el rostro,
cansancio en los huesos
todavía
infantiles
y un pudor de rosas tras la alameda aguada.

Qué número,
qué portal,
qué vientre de nido
o cuál la indiferencia de un ascensor ciego.

La habitación estrecha
en la que languidece un girasol
-a la patrona le gustaría un pequeño jardín-
hoy es una lágrima de ojos cansados,
un desaliño de muebles
sin amor,
una pared que querría
soñar
mis sueños.

Para mí su abrazo,
para mí este rincón que hormiguea
en un delirio de ausencia.

Me la quedo
-le digo bajo el umbral a la dueña-
mi susurro se escapa en un guiñol
de ávidas mareas.

Hay luz y armonía,
una cama escuálida,
la mesa es un milagro azul,
el sillón parece un hombre obeso,
la ducha
una risa de agua
que bendice
la desnudez
-sin pretérito-
de mi juventud.

Un hogar es una geometría,
diez o veinte metros cuadrados,
para un corazón
en el que viven todas las quimeras.

El soñador solo reconoce un destino,
su patria son los ojos del tiempo,
esta habitación
me invita
porque quiere ser mi piel,
mi arco iris,
el oropel
que me cubra.

lunes, 15 de junio de 2020

Habitación de hotel para un pájaro perdido

Ángeles de agua es lo que veo.

Y una sombra con valijas,
y mi yo en el cristal
de la perfumería.

En esta vieja ciudad los arcos aman la lluvia,
me deslizo lo mismo que un ave gris
entre el moho
y siento la luz fatigada de este hotel
como una perplejidad,
un sortilegio de telarañas,
un mosaico de párpados encendidos,
la gruta mineral de los sueños.

El hombre maduro,
el joven,
el niño
que fue gorrión de plazas vacías,
planea frágil
bajo las molduras
de otra época.

El ujier.

Qué botones de oro
y qué chalina
en el chaleco blanquiverde,
un ademán de duermevela
asoma tras su corazón de bienvenida.

Hay misterio en esta luz de ópalo,
desnudez arcaica,
plafones en los techos
y un vitral blanquecino
que se parece mucho
al rocío helado.

Este será mi hogar de ruidos
sin altavoz- cacofonías ambulantes
como sonsonetes de gong,
nítidos espejos donde nadie se refleja-
la soledad cruje en las ventanas,
el color activa los sentidos
porque ha cromado batallas,
románticos elogios
o nubes en las mejillas de la dama alegre.

Hotel dormido en sus columnas,
tú quieres para mí el arpegio de un piano
pero mi música es la noche,
los eclipses y el rumor de los fonógrafos
antiguos.

Mi habitación yace entre muebles raídos,
con ventolera en los quicios
y un asomo de fantasmas
que lloraron por un futuro
incomprensible
de cohetes lunares.

Lo peor es ser un extranjero de tu propio destino,
el alba me susurra que vendrá el día
en que las cigüeñas se alejen
y llegará el verano
con solsticio
y piel dorada.

Alas mías,
dadme una ruta o un dédalo,
una isla o un confín,
que sea mi faro esa sola palabra
que a menudo me digo
con nostalgia,
la palabra
dicha.

Que no está aquí
sino muy lejos,
en el mar,
en el océano,
en tu rostro
que yo aún no sé
lo que de mí espera.

sábado, 13 de junio de 2020

Retrato de un estudiante adolescente

¿Qué sabe uno de la vida a los dieciséis años?

Se practica una forma inocente de amistad,
se vive en la llama sin sentir el fuego.

Encogido
-un bulto más en el auto-
papá me pregunta si lo metí todo,
me dice
que no tenga miedo,
que va a ser una experiencia enriquecedora,
que él ya la disfrutó,
que nos veremos
apenas
en un mes…

Yo pienso que no se trata de verse,
sino de conversar,
decir,
escuchar
lo que sentimos.

Me callo.

Soy un estudiante en otra ciudad,
tan distinta a la mía.

Voy del agua a la piedra,
del mar a las plazas de granito.

Es Compostela una madre inmemorial,
su lluvia sin música
asoma
por primera vez en mis hombros,
en mis mejillas
que arden.

Huir,
escapar
-a los dieciséis años siempre se quiere huir-
pero, ¿adónde?

Poco a poco mi corazón de niño
maduró:
las salidas nocturnas,
las ingenuas palabras de amor,
los abrazos,
las confidencias,
el murmullo de la seducción,
en fin,
los pétalos al cielo
de la juventud,
que, vosotros, ya conoceréis...

Y es que no os puede sonar extraño lo que digo.

También fuisteis volcán y arrogancia.

Igual que yo,
también soñabais con que la felicidad es un juego
donde las cartas esconden artificios
y el mejor tahúr nunca pierde.

No era así,
resultó que la vida iba en serio
-ya lo dijo el poeta-.

Yo solo os quería contar que un día nací de nuevo,
en una ciudad extraña
entre misterios, golondrinas y albas azules.

Tenía dieciséis años.

Hoy lo recuerdo mientras escribo esta letanía,
a la que retorno
una vez más,
quizá porque nunca salí de allí,
de ese lugar y ese tiempo,
quizá porque cuando en la madrugada
mis ojos se abren
todavía veo misterios, golondrinas y albas azules.

Como veía entonces.

jueves, 11 de junio de 2020

Ella se parece un poco a Mia Farrow



Ella se parece un poco a Mia Farrow,
por el aire desvalido,
quizá.

He quedado con los chicos en el bar de siempre
(qué es lo que tiene ese bar).

Seremos diez
y quien se sume,
las chicas odian no saber quién viene.

Empieza la noche y yo,
indolente,
dejo que mis manos hurguen en los bolsillos,
mi madre dice que es una forma
de pensar en mí,
lo niego.

La cajetilla de Ducados me dura un día,
ensayado el gesto del cigarrillo entre los labios
qué importa el humo.

Mi presupuesto es cutre
-mejor no decirlo en pesetas-
por eso el vino barato me sacia,
cigales o ribeiro
en taza de porcelana.

Luisa ríe, y es que siempre ríe,
Raúl filosofa, Eugenia me ama,
presiento que aún no lo sabe.

Esta noche se parece mucho a otras noches,
pero, tal vez, me equivoque
y esta sea la única noche
que un día recuerde
cuando busque en mi yo
aquel faro perdido.










martes, 9 de junio de 2020

El fuego

Diablo rojo,
diablo amarillo
de lengua
en llamas.

Destruyes el papel,
los secretos,
el ámbar,
la porcelana
fría.

Humo denso que izas en pavesas la memoria común,
calor de brasa,
color carcomido por el oxígeno inmolado,
tizón de la caoba,
metal candente que se licua,
se arrastra,
come los números del calendario fósil.

Y el ahogo de las polillas
y la sed de las arañas
y todas las huellas del tiempo en el hollín;
y la carne en fuga
como la ardilla
huye del bosque encendido.

Nadie en las habitaciones,
el cristal crepita en su dolor
sin una mueca,
sin los rostros maquillados,
sin el adiós simple de un ángel
que se inmola
en la negritud.

No es fácil asumir cómo se suicida un hogar,
no es fácil
si en sus entrañas mueren nuestros nombres.

*poema dedicado a la casa familiar que se incendió el pasado 6 de junio.

lunes, 8 de junio de 2020

Al pensarte

Sigo en la penumbra de este túnel, como un pájaro
que ya no puede ver la luz. La oscuridad finge
que es mi amiga, la noche calla y entrega
su manto de sombra. Me alumbro, tan solo,
con mis recuerdos, su pábilo y su temblor
son dos pupilas en un fanal marchito. Al pensarte
retorna la alegría, entonces vuelas hacia mí,
el túnel ya es blanco, la claridad una línea
que viste el deseo con el aire del mañana.
Por favor no le digas a nadie mi secreto
y vuelve a ser, una vez más, el ínclito
ángel de la luz.

domingo, 7 de junio de 2020

Yo soy este silencio que ronronea

Este rayo y esta nube, la virtud de la sangre
y el sordo martirio del latido, la luz en un rosal,
el movimiento intangible de las alas, lo humano
que llora, las palabras como signos de infancia,
telarañas curvilíneas, joyas cuyo engarce crea el sentir,
párpados que abrasan las columnas viejas,
tantas vías de amor en la oruga de los espejos;
porque has llegado como una noria en el trampolín
elíptico, igual que la pregunta entre las ubres, igual
que el clamor de las charcas cuando titila la noche.
Caderas perdidas en el rebumbio de las esquinas,
el tráfico mancha las hojas de acanto, los príncipes
azules ya son mar, tritones del ensueño, cálidas
palmeras, la miel del dátil cae como lágrima de oro
en tu nombre. Sorprendida del viento en la playa
te has refugiado en el jardín prohibido, el que imaginaste
en tu rincón de amapolas sin púrpura. Sabes del rumor
que los pájaros anuncian con sinfonía de plata,
son cadáveres los mosquitos bravíos, cuando tu abril
enmascara mi abril dos jaguares se destrozan en la oquedad
para que la luna exhiba su jauría. Al volver al pedestal
que dejaste, las estatuas moverán el pulso de su abrigo,
solo los pliegues, los caballos, el dedo firme de un prócer;
pero no mires a su ardid de marioneta ni a los gorriones
que el insomnio atrae como el hierro atrae a la lid.
Yo soy este silencio que ronronea, el odre de basalto
en el que los campanarios revientan su metal,
la esponja que asume la humedad de tu sexo,
fácil mandrágora del suburbio. Perdóname,
a veces un desliz es una golondrina que huye,
si yo interpreto a tu ángel con las rodillas descarnadas
será desde el pálpito inocente de una raíz bajo la nieve.
Para mí solo existe aquel tiempo en que el orden era una
ciudad marina, la mirada una derrota dulce, lo que no dije
un suvenir perdido en la memoria; algo así como el epitafio
que yo viera en el trasluz de tus ojos antes de conocer el exilio.

jueves, 4 de junio de 2020

Uno no sabe



Uno no sabe qué decirle a la luz.
¿Ave blanca, rayo de amor, bruma
incandescente,
ángel de la claridad?
Uno abre sus ojos y descubre,
una vez más,
el oro limpio, regalo de la luz.
El amarillo es un metal que dora el tiempo,
el día se viste con su capa de fulgor,
la belleza, entonces, abre risueña sus pétalos
y un jardín asoma con su alegría de pájaros.
El sol ha llorado, llora a cada instante,
porque la estrella muere lo mismo que mueren los secretos,
las pasiones y el lento eclipse que somos.
Atardece, la luz recoge su manto
igual que una doncella tímida,
la noche es un ejército salvaje,
un frenesí en llamas,
un decreto de impunidad al que acuden las sombras.
Hay otra luz que reconozco,
luz de bares y faroles,
luz de luna en el río,
palidez en las plazas sin fuente.
Todas las luces son una luz,
y en todas las luces estaré yo,
mientras
aquí
siga.

martes, 2 de junio de 2020

La calle

Los portales son pequeñas ventanas de insomnio.

Tantos rostros de piedra y cristal,
rótulos envejecidos,
historias sin mapa
que cuelgan de los árboles
como jaulas rotas.

No conozco la sangre ni la ruta que se desvía de la luz,
hay damasco en los cortinajes,
baldosas que crujen,
la voz del viento canta en las esquinas,
la sal llega del mar como espuma tardía,
crece una niebla sin hambre,
pasan mujeres
dejando hollín de cansancio
en las aceras.

La lluvia moja el deseo,
tan constante como una luna estéril,
comercios de azar,
ultramarinos con especias de oriente,
un parking sin coches,
la mercería recatada,
tímida.

Y tú con tus zapatos de felpa en la cola del cine,
y tú, rosa de azul, en un domingo de enaguas,
sumida en el paraíso de un Marlboro sin filtro,
maga de los circuitos que oxidan la luz.

Tengo una nube detrás,
una nube de música y mundos perdidos,
al mirar la calle tu huella resplandece
y somos la nocturnidad que los astros aman
por encima de su latir,
en el corazón de lo oscuro.