Dentro de mí el surco donde las semillas de la luna
dejaron un río de marfil tras el sereno flujo de la edad,
las caras son ahora fugaces vestigios en el cristal de mis ojos
que aún vuelven a la luz como pájaros que no huyen del sol
al amanecer de unos días que ya no mutan prendidos a la voraz
rutina donde el recuerdo se viste con la ropa vieja de la infancia,
con la dulce canción de la juventud en el eco que los latidos
del corazón remedan como tambores en la noche fría
de este suburbio llamado vejez, con la dura imagen de lo ido
que retorna desde el escondite irreal de la memoria
hasta la identidad de un hoy que recoge en su matriz
todo el tiempo de la luz y los trinos en el jardín de las metáforas
donde al amor era un arco iris que extendía su media luna
por el abril de mi ansia, como un beso extiende su húmeda
sed a través del canto invencible de la ciega carne.
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