Veré los mares que conocí en los libros solo por su nombre cuando viajé en sueños hasta las islas de coral, con el silencio por compañía, entre vericuetos, junglas y selvas intrincadas como tapices de vegetal sombra, a través de ciudades uniformes donde el sol clava el mástil de su luz en los vidrios más altos de la metrópoli, por las veredas en flor, entre cañadas, bajo nubes arracimadas igual que frutos negros en un árbol de oscura faz, con la sed infinita de quien vaga por desiertos, sin el zumo de los cactus en la boca, sin el oasis donde el agua finge ser agua, sin la cantimplora ni el cántaro, sin el aljibe ni el pozo por el que fluye un río eterno, alejándome por las sendas de la nieve con su alud sin esperanza, cruzando bosques como quien cruza las arterias verdes de un mundo nuevo, prosigo, nómada de mí, sin que paren mis pies de transitar, hasta el fin, todo lo que soñé el día que empecé a caminar.
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