En su memoria de eternidad hay siglos cuyos ecos aún retumban
en las naves de las iglesias, en los castillos de secular presencia,
en las fachadas mordidas por la furia del aire, en la roca de vetas
azules, en la mineral esencia del cuarzo que se muestra indiferente
a la luz, a la húmeda cicatriz del agua, a la erosión de los vientos
que pulen la áspera piel de las catedrales, con el sencillo guijarro
bajo la faz del río, y su cuenca noble, blanda y fugitiva como
una serpiente que se arrastra en busca de luz por el lecho fluvial,
rumor cristalino, resol que penetra la veladura del agua
hasta el cauce turbio de fondo pétreo, con la lápida y la rosa
negra de basalto en la mirada, el mármol de los suelos y la arcilla
de la que brota el cántaro que saciará la sed del campesino.
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