lunes, 30 de abril de 2018

La última oportunidad

Tú sabrás el por qué de la noche. Los años
son cómplices y el reencuentro asoma como
un sol tardío. Ante el café tus manos hablan,
los labios, no. Hay en las pupilas una incógnita
sin voz, una justificación inútil. Hablar o decir
no significa volver, si la edad ha escrito ya
una historia sin nosotros. Es el mismo bar
varado en el humo, con su mármol de silencios
y la caoba ausente igual que un niño y su ángel. Sí,
aún soy yo, y tú, siempre serás tú. No dejes que el miedo,
la culpa o la caída ensombrezcan el instante en
que acomodas tu rostro contra ese vaho de luz,
el desliz simple del descuido. Yo espero a tus últimas
vocales como un agua sobre la estéril cenefa de la vida.
Nos miramos sin horas, ni días ni pasado, al decir
adiós una palidez dibuja rombos de nostalgia
en los cristales, prismas de una eternidad extraña
que en el recuerdo serán el caleidoscopio inmortal
de todas las derivas que fuimos.

sábado, 28 de abril de 2018

Nubes

La humedad de su sangre viaja. ¿Qué forma de ninfa,
qué caballos, qué alfanjes, qué rostro sin rostro,
qué episodio lunar en las alas? Si veo, si me veo,
estoy en la esquina que huye, si te veo eres el centro
de una pompa en éxtasis. El aire, el aire amigo
se ausenta y son un rebumbio las rotas imágenes
-cabalga la luz, el sonido hiere, el sol se arrebuja-
del ayer y la tiniebla, del recuerdo y la fantasía.
Que no cese la kermesse, que vivan los animales
en el algodón arrebolado, que un arcángel detenga
su sombra en esta isla azucarada y dibuje en el cielo añil
mensajes de ternura, juegos sobre el azul, un polígono
de organdí que me obligue a ser la mirada irreal
que no sufre, el iris poblado de historias que solo
pueden ser contadas al trasluz del crepúsculo,
en la hora bruja de los cometas.

jueves, 26 de abril de 2018

Mientras dibujas en el parque

Nunca creí que tu adolescencia
fuera geometría, la areola circular,
el triángulo imberbe, el sexo volátil
igual que un nido de mariposas.

Me olvidaste después del asombro,
te olvidé en una mañana de lluvia y cafés,
tras un horóscopo donde leí
que no éramos canción
ni voz neutra
ni suburbio.

Al soñar la urdimbre de unos hilos
que apenas dibujamos lloré,
lejos de la ciudad de increíble magnitud
tú jugabas en el parque a rotular la silueta
de un cuadro múltiple,
llegué con mi paraguas de flores
y vi tus rodillas escribir sobre la grava un signo;
y ningún pájaro, ninguna sonrisa
en los líquenes que cubrían mis huellas
de transeúnte lúcido .

Y comprendí que la cordura es un difuso paréntesis,
el recuerdo un fósil o tumor
que grita poseído de nieve,
a menudo, ahíto de sol.

Pensé en tus manos, manos de ejércitos invencibles,
manos amputadas, manos sin índice,
pensé en el desdén de una ceja
bajo aquel Madrid invernal,
pensé en el autobús que el azar escogió para el adiós y la renuncia,
en las medias que se ajustaban
al arco perfecto de tus corvas,
pensé en la mampara que desdobló tu cuerpo
angustiosamente eterno
al explorar la efímera insensatez de la noche.

Mujeres que vibran con el ajuar de los desnudos en un caleidoscopio azul.
Mi rostro que, al mirarlas, escucha el crujido de unas hélices de alambre
ya caídas en la fría finitud del paraíso.

martes, 24 de abril de 2018

La casa añorada

Ya no es mi casa
y sin embargo
su sombra permanece.

Los pasillos pueblan los pasos perdidos,
las paredes repiten palabras impronunciables,
el ventanal donde acosté mi cuerpo
aún recibe mi sed de adolescencia.

Y la sinfonía de las mañanas
abriéndose como un pétalo en la memoria,
y la luz en las esquinas, en el fulgor del verano,
en el hilo que el invierno deja
tras los azules de la intemperie.

Había un secreto de relojes que nunca fueron música,
el trémulo latir de los horarios unívocos.

Padre como un príncipe,
madre igual que un abrazo
o un punto en la noche,
hermanos y hermanas con su sincronía impar
de muñecos rebeldes.

¡Qué extraño el suburbio que llega con voces sin nombre,
qué vejez la que escucha su sonido
de isla deshabitada!

Algunos días soy un reflejo
en el jardín insomne de la ternura,
y es mi quietud una herida de ausencia
cuando desde el presente escribo versos sin edad
o dibujo palomas que en la olvidada niñez
aprendieron a volar.



domingo, 22 de abril de 2018

La herida del recuerdo

Sin querer, sin buscar, el río nos lleva.

Son, quizá, imágenes volcadas en el abismo de la pubertad,
caminos que desde la ignorancia
recorren vías oscuras,
hambre de juventud en las horas sin huella,
rostros ambiguos que después no recordaremos.

Entonces un sorbo de vida era la llama incandescente
de todos los cometas heridos, ninguna multitud,
horarios ajados,
el verdor de los arriates innúmeros en la pausa vespertina,
miles de augurios despeñándose
como jinetes perdidos en desfiladeros rojos.

¿Quién no cabalgó las columnas de abril
cuando la flor se enhebraba con la luz
y una ilusión del pensamiento se volvía rubia aurora,
jazmín entre los jazmines de la fe álgida?

Tanto tiempo,
tanto tiempo que se ha volcado en la noche,
tantas son las luces que aún regresan a la orilla,
tanto el equinoccio que relumbra en el cristal
que tú quisieras febril.

Volver y revolver en los años
para que la remembranza dibuje surcos de lealtad,
hablar con los símbolos de un ayer sin rúbrica,
escribir sobre la memoria una razón invencible
que engalane la insípida canción de los relojes.

Estamos, o vivimos, en la herida del recuerdo,
ni tú, ni yo, fuera del otro,
juntos en ese túnel que nos convierte en sombras felices
que se arrullan
bajo la plenitud del silencio.

viernes, 20 de abril de 2018

Lo que te queda

¿Te has preguntado, alguna vez, por el peso de tu nombre?
¿Y por la calidez que un día entregaste, o la palabra
que fue esa palabra que alguien, al fin, supo escuchar?
Has sido parteluz de un sueño, ojal en la nube oscura,
rayo que, indómito, crece en los iris sin color.
Una presencia y un disfraz, un verbo que ya no es tuyo,
la sed de la lujuria en la misma edad del párpado adolescente.
Y el céfiro que mata el carmín del horizonte, solo
una mueca el dulce visaje de tu huida, solo el resplandor
de aquel diálogo entre la ilusión y el mar del olvido
aún persiste en ti junto a las olas blancas del recuerdo.

martes, 17 de abril de 2018

El beso de medianoche

Cómo descender por un tobogán
hacia otra vida o cubil.

Incierto, sí, este paso,
el tuyo la leve caída de una gasa,
infantil esencia sobre la corva,
latido grácil en la penumbra.

Después de la orilla,
ya es tarde,
ha fulgido el sol, las estrellas volaron a su epicentro de arañas,
en las copas hay luces, ni primaveras ni coros
que ensalcen la deriva.

Este río no lo vimos,
el agua transparente fue el agua sin raíz,
los árboles no mostraban la sombra irreal de la fecha ya ida,
ni en los ribazos, invisibles insectos,
ejercían de voz o linterna
donde acostar la piel que soñamos.

Es imposible volverse a ver
en los cristales turbios,
ni en el rumor de la playas
se escucha el gong incrédulo de las olas,
si acaso las lilas tardías
con las que cubrí tu frente demoren su cenit de luna infiel,
de parasol amante.

En el corazón de estas horas sin patria
las cuevas donde duermen las palabras vencidas
izarán por última vez su fuego,
hasta que nosotros como un solo acorde
entonemos la paz de lo vivido
y ya no se escuche otra verdad que la frase repetida
entre las comisuras de estos labios
que se besan rendidos al nacer la medianoche.




domingo, 15 de abril de 2018

Nuestra canción

Juntos vimos quemarse el arco iris.
Juntos la serpentina de todos los cometas
danzando en el eje del día, el relámpago
en el centro de un colchón que sucumbe.
El ayer es un patio de guirnaldas, allí
los pájaros picotean el mar y los peces
vuelan en nubes de plomo. Al hablar
sobrevivimos, tú escoges las palabras
azules, yo las que aún brillan en la noche.
Hay horas de la vida que se vuelven silencio
locuaz, son ángeles festivos que nos acompañan
al volver del sueño, farolillos que iluminan
la canción de los locos, esa canción que
escribimos juntos si al reír nos miramos.

viernes, 13 de abril de 2018

El soñador

¿Será la luz, un beso de luz?

Hay un instante de languidez que dura,
tu perfil ambiguo aún no regresa
convive con el aliento de la claridad,
duerme bajo un microscopio
de ninfas o ángeles en cruz.

Avanza el rostro del día,
cubre ahora la sábana con la lengua de albor
que el espejo difumina en los ribetes sombríos.

Pero yo estoy junto al algebra
que tu postura anuncia,
interrogación bajo los codos,
el vientre desprevenido,
los omóplatos quebrados por el ángulo,
tus rodillas ágiles
contra mis rodillas sin patria.

Al ovillarte enciendes una siempreviva en los párpados,
te acuestas en el silencio,
el neceser que medró en la penumbra
rebrota ajeno a ti
como una flor amarilla.

En el dosel taraceado
yo dibujo un sur de golondrinas,
tu elocuencia son las uñas curvadas
contra el reloj que miente.

Dejemos que la mañana no busque afuera el confín,
me desdoblo en ti igual que una historia anterior,
una historia que no anuncia fugacidad,
un rebumbio donde abrazados
la veloz estrategia del tiempo persista;
volátil grito que se eleve
hasta el lugar en que los fuegos artificiales iluminan
los espacios y la virtud, las esperanzas y el soliloquio
de este soñador que sueña.

miércoles, 11 de abril de 2018

El conductor

Otra vez el paisaje
que no sé si soy yo
o viene a mí.

El cuerpo recuerda los esbozos
de una gimnasia donde el auto era la libertad
y los pasos la ceniza.

Ausentarse de las calles,
circular como un pájaro recién nacido
sobre los tejados de la vida,
esconder de otros la mirada,
en ti el futuro de los alfiles
en mí el presente del sinsabor.

Aquel Peugeot lucía la blancura de las olas,
rociaba contra el alba su ejercicio de músculos y claxon,
impedía que el rayo verde cerrara sobre sí
el esplendor del horizonte,
siempre vivo
como la raíz que recibe en agosto la última lluvia de abril.

Ya mi forma distraída ocupaba el espacio,
de pronto tú y el viaje, la ternura de los bosques,
los ríos que solo mostraban su llaga de agua,
indiferente al transcurrir
-porque no entendíamos entonces la eternidad del instante-
hasta los pies de una ciudad,
ciudad de arena,
no ciudad,
cielo de verano entre las dunas,
tu carne al fin en el devenir de los días,
perfecta, dulce y húmeda
como la vid antes de que el granizo llore
sobre su cáliz de purpúrea eternidad.

Es cierto, el ayer es un símbolo,
hoy en el auto de metal pulido
recojo a Ismael,
desafío al párpado insomne de los semáforos
y reconozco el bostezo de las cohortes
que me acompañan con el astuto equilibrio de una repetición raída
mientras igualo mi tiempo al de un reloj que no perdona los sueños.

Me has traicionado, febril mecánica sin fe,
o quizá tú solo eras la paloma
que un día envío contra los muros
un mensaje diáfano de voluntad,
una voz libre,
un espejo traspasado hasta los confines
que tú y yo conquistamos
con el éxtasis del desencuentro
y la indiferencia que, a menudo, ansían los ángeles.

lunes, 9 de abril de 2018

El sirviente infiel

Y dime, quién nació en la sombra,
quién con su cuerpo de brizna
pobló los espacios del silencio.

Como un intruso en la galanura,
como la mosca que descubre un pasillo sin salida,
como el aire viciado por la luz,
así la imagen sin espejos
que recorre insolente mis arterias.

Sé de la piedra y de las hachas que iluminan
el orden fugaz, a menudo los coros llegan con prontitud
y címbalos y chirimías recitan en mi interior
una salmodia de astucia y frenesí.

¿Un recorrido es una nube sin rastro?
Pasan junto a mí las doncellas y sonríen,
los escupitajos y el relinchar de las caballerizas,
éste sinsabor de ásperas frutas ya me elige,
mi razón es la anacronía, mi verdad un sueño.

Se izan las copas de pedrería como lábaros de fulgor,
en la penumbra donde me escondo las arañas
se precipitan sobre mí
igual que una niebla sudorosa,
nunca existí entre los pliegues del castillo,
nunca mi voz se oyó bajo las arcadas
de su cúpula innombrable
nunca fui el fantasma de su glorioso ayer,
ni mi memoria será jamás la memoria
de un tiempo que aniquila la luz
con el yugo inmortal de la espada.

viernes, 6 de abril de 2018

El laberinto

El día de mi nacimiento está escrito
en una pared olvidada.

Un pie y el otro pie sin pausa
dibujan el camino
que el íncubo aniquila
con el desdén de un céfiro procaz.

Hay que elegir la sombra o la luz,
qué sombra y qué luz
si mi alma aún escucha los cantos de la vida
y se enturbia con el frenesí de los lobos
o con las guedejas de la anacrónica nieve
que cubren las aristas y los signos
a la vez que iluminan el fulgor efímero de las pisadas.

He desandado la rosa carmesí que un día tracé,
recojo el humilde peso de una corteza de pan.

¿De dónde o hacia adónde este mapa de jeroglíficos incólumes?

En la dirección de los astros, lo humano susurra
-me habla de amor, de trabajo, de hogar, de futuro-
como un diapasón o un enjambre
de sueños paralelos.

Y sigo, y el que silabea la canción calla
porque el cíclope sospecha que no creo en su voz,
he memorizado los ramajes,
los setos, la niebla y la noche,
los fantasmas me acompañan, ni yo ni su aullido sabemos por qué,
he amortajado un cuerpo que no es el mío
en los límites del dédalo,
estoy ahíto de volverme huella,
planeo para mí el óxido de los muros,
un ataúd sin palabras, una tumba sin vida,
una imagen que recorra en círculos
todos mis miedos.


miércoles, 4 de abril de 2018

La añoranza

Hay un dios, hay un dios que se refleja
en ti, porque vivir es buscar el epicentro
en el que giran los sueños y los días,
planetas prohibidos, satélites ignorados,
asteroides florecidos en el misterio infantil
de tu cuerpo, una voz, un ayer, un recuerdo
enraizado bajo el silencio de todos los silencios,
en la muerte y su dolor, en los poemas que
no sobrevivirán al olvido ni a esta añoranza
de ti que como un ángel de luz se dibuja en
el azul y en el efímero deslizarse de las horas.

domingo, 1 de abril de 2018

Siempre te soñé desnuda


Lo que hay detrás no se arroja a la luz.

Me invitan las estaciones al desnudo,
jeans que se ajustan
como el algodón al tallo de una flor de asombro,
botines de lenguas perfectas,
un eco en la nieve de los racimos,
cristales donde los pasos
son melancolía de hadas y sombra,
el rumor de las águilas en el crepúsculo azul.

Cada hilo recuerda un nombre,
cada metal que sobrevive en el culmen de los pechos
acentúa la sed de mis ojos
en la fugacidad del tiempo.

Te cubres con el ojal abierto entre las ingles,
la tersura de la tela se angosta en la longitud del fémur
como un adagio de oro.

Y, sin embargo, te descubro sin ningún abrigo
al volver del sol, de la playa,
de los cuerpos álgidos
en la arena.

No me da lástima el color
ni envidio del tacto la ternura de la piel,
te miro cuando ya no estás,
en mi vigilia de hojas ocres
sobre la aquiescencia de una memoria
que ya no consigue vestir al deseo.