viernes, 7 de febrero de 2025

La eternidad de las cosas

 

Así como soy carne, piel y huesos, sucesión de latidos,

viveza que languidece sin el oasis de la pausa, también 

las cosas palpitan en su densidad o en su fluir, en su testimonio 

donde la indiferencia es opaca como una sombra que hubiera

renunciado a perseguir la luz móvil de un sol errante,

en el artificio de su posesión que es un sueño de imágenes

inasibles, aunque el papel o los números, el tacto que me da fe

de su realidad, la visión que las hace mías porque están

en la cruz de los iris como un testamento vital bajo el que transcurre

mi existir, el gusto amargo, dulce, salino, áspero o jugoso

del frutal y la verdura noble, de la magra carne y el húmedo pez,

del merengue o la almendra, del arroz amarillo y la legumbre fresca,

del plátano y la aceituna ácida, de la alcachofa amarga y el erizo

que conserva la sal de los océanos, con el oído que reconoce la voz

familiar, la sinfonía y el rumor del agua, la música y el trino

del pájaro, las palabras que forman esa red donde la razón

y el sentimiento son los versos de un poema sin retorno

para revelar su identidad entre hemistiquios que dividen

el suceder de los años, y el olor que llega ,nunca indiferente,

para que aspire la infinita esencia de lo que es puro y limpio,

también de la podredumbre y la putrefacción, el aroma de la flor

cuya raíz se alza sobre el fango de la decrepitud, me posean; todo seguirá

sin mi carne, mi piel ni mis huesos hasta el fin de mis latidos en tanto existan un sol,

una luna y unos nombres con que poder nombrar la perennidad de lo vivo.

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